«El debate sobre los ajustes en Educación es perverso y tramposo. En Andalucía, mientras Griñán se alza como estilete del “no pasarán”, las tijeras recortan en silencio…»
Francisco J. Poyato 25/09/2011
El debate sobre los ajustes en Educación entraña una dosis de perversidad importante. Griñán ha cogido la bandera de la resistencia frente a la marejada de la crisis y las oleadas de la reconversión del sector público (que ya podría haber empezado por una radiotelevisión pública que acumula deuda sin parar y cuesta más de 250 millones de euros al año, pero la propaganda no está de rebajas) pisando el acelerador de la precampaña electoral con el tijeretazo diabólico del PP.
La perversidad radica en la creencia de que gastando más en Educación ésta es mejor. Y por el contrario, recortando gasto se va hacia el precipicio. Los datos demuestran que la avalancha de dinero que repite sin cesar la Junta de Andalucía que ha desembolsado en Educación ha servido para que ocupemos los últimos puestos en España del Informe Pisa (comprensión lectora, matemática y competencia de ciencia), a la par que las listas del paro estén llenas de jóvenes de entre 18 y 24 años sin el segundo ciclo de secundaria completo y ninguna formación complementaria (INE y Eurostat). ¿A más dinero en inversión educativa, más paro y fracaso escolar…? No parece lógico, pero eso desprende el fácil silogismo que deja la machacona cantinela diaria con que la Junta nos fustiga estos días que en Madrid el profesorado se rebela contra la Educación «low cost» que les lleva a trabajar dos horas más a la semana impidiendo la contratación de interinos. ¿No será, sobre todo, una cuestión de política educativa y, por supuesto, de eficiencia en el gasto…?
La Educación en Andalucía es un colegio con una bellísima fachada, moderna, repleta de detalles y avances, cuyas cañerías, cimientos, techos y aulas encierran grietas y desconchones por todas partes. Y a duras penas la docencia saca adelante a la tropa con menos herramientas que un náufrago en una isla desierta. Valga la metáfora. La foto de Griñán en Luque junto a una escolar y su portátil en el arranque del curso es la fachada. La foto. La ficción. El recorte en la partida para comprar pupitres, la cañería, la realidad.
Además de perverso, el discurso es tramposo, pues los tan criticados recortes de Esperanza Aguirre —que tampoco me parece un ejemplo a ensalzar en sus planteamientos sobre Educación, pero al menos no engaña— son los mismos que se aplican en Andalucía, donde por cierto, según un decreto de 2010 se está en una hora más lectiva de las que plantea ahora la Comunidad de Madrid para reducir costes.
Cuando se deja sin contratar en Primaria a entre 500 y 800 interinos con el subterfugio del cambio de baremación pese a que el número de alumnos sube por miles, no hay recortes en Andalucía. Cuando se tima a los opositores con convocatorias que no van a ninguna parte aunque sacan un diez en cada examen —ahora, queda muy bien eso de anunciar no sé cuántas miles de plazas para los docentes—, tampoco hay ajustes. Cuando se les debe dinero a las empresas de cátering de los comedores y éstas tienen que echar a la calle a monitores porque no aguantan, tampoco hay tijeretazo. Cuando aún se siguen inaugurando centros que debían estar hechos hace años, tampoco hay contención en el gasto. Cuando se demoniza sin cesar a la enseñanza concertada, y más si es de inspiración católica, nos callamos el pico que la Administración autonómica se ahorra con estos centros, que por cierto, cada año repiten sin cesar los mismo problemas de masificación en la demanda y carencia de recursos en la oferta pese al servicio que prestan (otro día podríamos hablar del cinismo con el que los adalides de la educación pública rellenan matrículas en centros privados y de alto coste…).
Griñán subió un buen día al estrado del Parlamento andaluz en su toma de posesión como presidente de una de las Comunidades Autónomas que está por debajo de la media española en gasto educativo medido sobre el PIB y con sus tablas mesiánicas para la Educación nos vendió los mandamientos del político ilustrado: más meritaje y menos copla, más esfuerzo y menos romerías; más valores y formación y menos enseñanza al gusto del consumidor… Más tiza y menos pizarras digitales. Aquello quedó allí y en las actas del Diario de Sesiones. Los políticos tienen la mala costumbre de arrancar sus mandatos prometiendo los grandes pactos sobre los temas cruciales que nunca firmarán ni cumplirán y que, por contra, acabarán usando como arma arrojadiza. Todos sin excepción, ése es el valor real que dan a algo tan determinante como es la Educación. Decía Gustav Mahler que «no hay más que una educación y es el ejemplo».
El Edén se acaba y coloca el cartel de «liquidamos». La tierra donde había una ayuda, un subsidio, una subvención para todo (por cierto, algo tan común en las derrocadas gerontocracias del norte de África para aplacar las revueltas de sus ciudadanos) recorta y amputa en silencio, sin que el ruido de las afiladas tijeras interrumpa el bramido aguerrido del bueno de Griñán convertido en estilete del «No pasarán…» los recortes educativos por esta tierra jamás. Con el dinero de las alcantarillas en los juzgados, la ruta de los famosos cursos de formación ocupacionales bien trazada en su destino y las listas del paro convertidas en romerías de votos y promesas, sólo queda que los docentes y los alumnos suelten la tiza y el cuaderno y digan hasta aquí hemos llegado.
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